jueves, 20 de febrero de 2014

Cultura en la red

Una de las grandes ventajas de esto de internet es que proporciona acceso a cosas que no sabías que existían. Y que te habrían interesado mucho de conocerlas. Antes te quedabas sin ellas, bendita ignorancia, ahora puedes conseguirlas de un modo u otro. 

En una columna sobre televisión comentan que en Amazon.co.uk hay una oferta de 4 libras por las dos temporadas de Sensitive Skin, comedia negra del interesantísimo Hugo Blick (guionista y director de The Shadow Line, que me descargué con entusiasmo hace un par de años y pasé a los amigos), protagonizada por Joanna Lumley, y, tras comprobar que tiene subtítulos en inglés, la pido a ver qué tal. Sigo sin saber qué tal, pero ahí está, bonitamente colocada en la estantería, esperando turno, que posiblemente sea antes del verano, antes de que Blick estrene su siguiente obra: The Honourable Woman, miniserie de espías protagonizada por Maggie Gyllenhaal. Ahora, cada temporada de Sensitive Skin cuesta seis libras, pero sigue siendo una gran oferta para quienes sepan inglés. Seguro. Así, sin verla.




Consultas el IMdb y descubres que Richard Curtis tiene una película para televisión titulada The Girl in the Cafe. No está editada en castellano pero puede comprarse en Amazon con subtítulos en inglés, o buscarse en la red y bajarla aprovechando que hay subtítulos en castellano, y, si te gusta, difundirla entre amigos que no saben idiomas pero ven películas con subtítulos. Cuando por fin la tienes del modo que sea, compruebas algo que ya sabías: no hay ninguna diferencia entre una película de televisión y una de cine. Sólo la interfaz. Y el talento. Tiene todas las virtudes y defectos de una de Richard Curtis, además de estar interpretada por Kelly McDonald y Bill Nighy. O sea, es estupenda, aunque algo blanda y bienintencionada. Como todas. Lo de Black Adder debió escribirlo algún gemelo malvado.

Lees The Guardian y descubres que en la sección de televisión se menciona una serie, un reality, un documental, que igual te interesa, o igual no. Si es de la BBC, hay subtítulos en inglés para cualquier cosa de la cadena desde que en 2007 implantó un servicio de streaming llamado BBC iPlayer, donde tienes hasta los concursos. Si es de otro canal, la cosa es más complicada, pero siguen encontrándose subtítulos en inglés para algunas cosas. Por ejemplo, hace un par de meses la BBC emitió un documental titulado Michael Palin in Wyeth's World, donde el miembro de los Monty Python habla de la obra y la vida de Andrew Wyeth. Conseguí encontrar el documental, y los subtítulos de iPlayer, y disfruté muchísimo con ese retrato fascinante de un pintor que apenas salió de su pueblo y que, además de su nutrida obra oficial, se pasó quince años pintando en secreto a la criada de un vecino. El documental está realizado con todo el cariño y la admiración que se merece uno de los artistas definitorios del siglo XX. No ha salido a la venta en ninguna parte, pero alguien lo ha subido a youtube, con unos subtítulos automáticos espantosos (si alguien quiere los de iplayer, que los pida por aquí), pero al alcance de todo el que sepa algo de inglés. Vale mucho la pena. Desgraciadamente esto sólo pasa con la BBC, no con la ITV o el Channel Four, aunque están en ello. Tampoco he encontrado un servicio semejante en Francia u otros países. En España tenemos en RTVE esa maravilla que es Televisión a la carta, y alguna cosa en los otros canales, pero no es lo mismo. 


Te enteras de que en Angouleme le dieron el año pasado un premio a The Nao of Brown, de Glynn Dillon, y buscas páginas y reseñas y recuerdas que dibujó en Vertigo hace años y averiguas que es su primer tebeo en diecisiete años y decides que te merece la pena y lo compras por BookDepository, antes de saber que aquí lo ha sacado Norma. Y lo disfrutas, y te admiras de que este hombre haya hecho un retrato femenino tan creíble y poco masculino, y, si buscas en la red, descubres que las últimas páginas son más flojas porque las hizo enfermo, pudiendo dibujar apenas, pero luchando para terminar su obra. De paso, en la página de Angouleme ves que uno de los premiados de este año es Mauvais genre, de Chloé Cruchaudet, y buscas críticas y lees un adelanto en francés y te parece interesante y descubres que en España lo editará Dibbuks en un par de meses y, en vez de arriesgarte a pedirlo en francés, decides esperar. Mientras lo haces, googleas a la autora y encuentras algo llamado Groenlandia-Manhattan, editado por Norma. Lo buscas en internet o lo lees en la biblioteca del barrio porque no conoces a nadie que lo tenga, compruebas que a la autora le va lo de “basado en hechos reales” (tanto este como el de Dibbuks lo están) y que entre este álbum y el que sacará Dibbuks hay un tremendo salto gráfico a mejor. El libro está bien, y, aunque no es de mi gusto, su historia de unos esquimales trasplantados a la vida moderna de la Norteamérica de principios del siglo XX es interesante y anuncia una autora muy prometedora: nunca me lo habría comprado, pero ahora es muy probable que el de Mauvais genre acabe en casa. Y, si la autora sigue así, también el siguiente.


En un Locus hay un artículo de Cory Doctorow donde te dice que cuelga gratuitamente sus novelas en la red, porque si a alguien le gustan tanto sus libros como para dedicar unas setenta horas a escanear uno y corregirlo y repasarlo y colgarlo en la red, ya lo cuelga él, máxime cuando ha descubierto que la venta de sus libros se ha triplicado desde que están en la red. Y vas a su página web y te bajas Little Brother para leerlo, y te gusta tanto que se lo recomiendas a dos o tres editores amigos, que tardan demasiado en hacer gestiones y Ediciones Urano se les adelanta al comprar los derechos. Esto pasó hace un par de años, y el libro salió ya, con el correcto título de Hermano pequeño. Cómprenlo, es estupendo.

Y un estudio poco difundido, creo que de un instituto alemán, dice que quienes más cosas se bajan de internet son las personas que más discos, libros y películas compran. Y me lo creo. Porque bajarse un torrente con dos mil libros escaneados no quiere decir que los vayas a leer y que mientras tanto dejes de comprar libros, sólo los acumulas mientras sigues comprando, y a veces los utilizas para probar con un autor u otro. Las casas de mis amigos son una prueba de ello. La mía también lo es, y lo sería aún más si tuviera más dinero y espacio. Todo lo que me bajo y acumulo de internet (y es mucho) no me impide pagar por Norton Gutiérrez y el collar de Emma Tzampak, comprar The Devil's Candy: The Anatomy Of A Hollywood Fiasco para el kindle o encargar la edición completa de Les incidents de la nuit de David B (¡Por fin, tras diez años esperando el final!). Y lo hago aunque debería contenerme mientras no libere espacio donando otras veinte cajas de libros a alguna de las bibliotecas del barrio. Hasta entonces, cuando un mensajero me trae algo, le doy de propina un tebeo o un libro para su pasmo y, ocasional, alegría. 

Escribo esto en unos momentos donde un gobierno que confunde la propiedad intelectual con los derechos de autor intenta poner puertas al campo y anuncia para lo segundo normas que ya existían, inventa otras que se demostrarán inútiles y sigue sin ver que lo que se necesita es instaurar otro tipo de política educativa que aliente el consumo racional de cultura y facilitar un modelo de intercambio de información eficaz y económicamente beneficioso para todos, en vez de ponerle zancadillas. Y lo dice alguien que tiene varias de sus obras “pirateadas” en la red. Porque, parece ser que todo esto perjudica a la cultura, en vez de beneficiarla. Porque lo de los párrafos anteriores no es cultura, parece...


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